Imaginario, juguete diabolico: ¿Vale la pena ver la película del peluche satánico?
“Imaginario: juguete diabólico” trata de una joven ilustradora de cuentos para niños decide regresar a vivir en la casa de su infancia con su nuevo novio y las que ahora son sus dos hijastras. Mientras se instalan en su nuevo hogar de los suburbios, la más pequeña comienza a relacionarse con un peculiar juguete que le empuja a tener comportamientos extraños en medio de situaciones que bordean lo sobrenatural.
Además, la verdadera madre de las niñas que tiene problemas mentales los ha estado acosando, hay una antigua vecina que parece saber más de lo que aparenta, y por supuesto una psicóloga no tardará en entrar en escena. Con tales ingredientes, el gancho con el público está asegurado para esta película… claro, si es que estuviéramos en los 80s.
Y es que a más de tres décadas de que pese a su simpleza este tipo de conceptos de miedo llegaron a volverse referencia del entretenimiento gracias al mercado casero, dígase “Critters” (1986), “El Duende Maldito” (1993) o “Chucky” (1988), la fórmula ha sido explotada hasta el cansancio, lo cual hace que cada una de las situaciones por sí mismas, incluyendo los diálogos y los momentos en que habrán de intervenir ciertos personajes estereotípicos -como quien en este caso habrá de revelar la naturaleza de la amenaza-, sean del todo predecibles.
Es solo gracias a una ejecución carente de falsas pretensiones y que evita el abuso de los jump scares, además de un par de giros de tuerca que sin ser realmente sorpresivos si le dan un revulsivo a la trama; que la propuesta se sostiene lo suficiente para darle sentido a su evidente amalgama de elementos sacados de otras películas, para dedicarse a jugar con la reglas dentro de su nada original pero bien redondeado universo fantástico, mismo que es alimentado con las creaciones en papel de la protagonista, encontrando así algunos momentos entretenidos.
De tal modo, “Imaginario: juguete diabólico” de Jeff Wadlow —“Kick Ass 2” (2013)—, es solo otro producto más de nostalgia ochentera, sumamente menor pero realizado con el conocimiento de causa para al menos ser funcional si no se toma muy en serio, presentándose como un vehículo de terror curiosamente simpático y familiar.
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