Con el agua hasta el cuello
Desde que inició en octubre de 2023 la ominosa temporada que hemos padecido los habitantes de la Ciudad de México debida tanto a la reducción del caudal de agua que nos llega del sistema Cutzamala como a los problemas crónicos que afectan a nuestro sistema hidráulico, muchos no recuerdan o de plano desconocen que nuestra urbe ha padecido por siglos el problema de la falta de agua y, simultáneamente, el de severas inundaciones.
Nuestra geografía ha sido destino. Moramos en una gran olla sin salidas naturales, rodeados por la Sierra de las Cruces al poniente, la Sierra Nevada al oriente, la Sierra del Chichinautzin al sur, y al norte la Sierras de Tezontlalpan y Tepotzotlán, de las cuales bajan en la temporada de lluvias poderosos torrentes que se convertían en los casi cincuenta ríos, hoy mayormente convertidos en vialidades, que alimentaban un gran sistema conformado por los lagos de Zumpango, San Cristóbal, Texcoco, México, Xochimilco y Chalco. Hoy día el 60 por ciento de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México se desplanta sobre el antiguo lecho lacustre.
Las inundaciones comenzaron desde la época de Tenochtitlán y han continuado sin interrupción hasta nuestros días. Para conjurar el terrible azote del exceso de agua, las distintas sociedades han realizado a lo largo de los siglos una impresionante obra constructiva que le ha permitido sobrevivir a nuestra ciudad garantizando su existencia y florecimiento. Pero el precio que hemos pagado por estas obras que expulsan las aguas fuera de la cuenca, alimentado por un modelo de crecimiento urbano descontrolado, ha sido la desecación de los lagos y humedales, el entubamiento de los ríos y la desaparición de los manantiales. Al combatir los embates del exceso de agua mediante su desalojo masivo hemos creado, paradójicamente, la existencia de su escasez.
La falta de agua para el consumo humano y la agricultura han acompañado los casi 700 años de existencia de la Ciudad de México, fundada en 1325. Es un problema añejo como las inundaciones, pero exacerbado por la acelerada expansión de una urbe que en 1900 albergaba 500 mil habitantes y hoy día reúne a 23 millones de personas, considerando su zona metropolitana. Para resolver la insaciable sed que acompañó este vertiginoso crecimiento, los gobiernos y técnicos del siglo XX recurrieron a dos soluciones. La primera fue extraerla de los maravillosos depósitos naturales de agua llamados acuíferos mediante pozos de bombeo los cuales se multiplicaron durante la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, el líquido era insuficiente y generaba un destructivo fenómeno que no se había previsto: el hundimiento del subsuelo y con este, el de la ciudad.
Para evitar la extracción desmedida del agua subterránea y satisfacer las necesidades de una metrópoli que en algunas décadas duplicaba su población, se planteó la segunda solución: importarla de otras latitudes y geografías. Se inició con Xochimilco a comienzos del siglo XX cuando esta demarcación no formaba parte de la Ciudad de México, continuamos con la Cuenca del Lerma en 1951 y culminó con el sistema Cutzamala en 1982. Y al hacerlo así, replicamos algunas de las paradojas y calamidades que tuvieron su nacimiento en la Cuenca de México: desecación de lagos, ríos y manantiales, retorno de las inundaciones e inducción de los hundimientos del subsuelo. Y algo más: provocamos el resentimiento de los habitantes de esos entornos. Para colmo, todo lo anterior no ha permitido resolver los problemas de agua en la metrópoli. Como lo ha dicho en forma elocuente el extraordinario Hugo Hiriart: “Las aguas vuelven una y otra vez, y es cuento de nunca acabar. La historia no fluye, la tenemos atragantada”.
A lo largo del siglo XX y en lo que va del presente, se ha edificado uno de los sistemas de infraestructura hidráulica urbana más vastos y complejos del mundo. Tan solo en la Ciudad de México, sin considerar la ubicada en el Estado de México donde vive el 60 por ciento del total de la población de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, las cifras casi rebasan nuestra imaginación: Para el abasto de agua disponemos de una red secundaria de 11 mil 972 kilómetros, mil 274 kilómetros de red primaria y 723 Kilómetros de líneas de conducción y acueductos. Contamos con un total de 884 pozos de los cuales se extrae permanentemente el agua, 450 localizados en la Ciudad de México, 395 en la zona del Lerma y 39 del sistema Chiconautla. Para hacer circular todo ese volumen de agua por la urbe nos apoyamos en 268 plantas de bombeo, alimentadas por 23 subestaciones eléctricas y 2 mil 589 kilómetros de líneas de alta tensión. Para darle calidad de potable tenemos 58 plantas potabilizadoras y 15 estaciones de cloración y 448 dispositivos de cloración. Toda esa agua llega a 357 tanques de almacenamiento y de ahí se distribuye a los diferentes usuarios.
Y luego tenemos la red de drenaje, tan vasta y compleja como la del agua, aunque menos visible: de los hogares, negocios y las construcciones y espacios públicos a la red ubicada en las vialidades están tendidos 11 mil 66 kilómetros, que a su vez se conectan con 2,446 kilómetros de red secundaria, los cuales terminarán en gran medida a los 168 kilómetros del llamado Sistema de Drenaje Profundo. Para que circulen las aguas negras y pluviales, contamos con 99 plantas de bombeo, 30 sifones y 9 tanques de tormenta. Además, para evitar la saturación de todo este sistema en la época de las grandes tormentas, disponemos de 11 lagunas de regulación, 17 presas y 52 kilómetros de ríos entubados.
En 2019 se inauguró el Túnel Emisor Oriente (TEO), magna galería subterránea de 60 kilómetros que nace en el municipio de Ecatepec y termina en el estado de Hidalgo, cuyo costo total se elevó a 42 mil millones de pesos.
A pesar de esta impresionante infraestructura, resulta difícil de entender que millones de habitantes de la Metrópoli no tengan acceso al agua o que la reciban en cantidad y calidad inaceptables. Las autoridades de la Ciudad de México presumen de altas coberturas en materia de abastecimiento de agua potable (96%) y de drenaje (94%), pero la misma información oficial generada por el INEGI a través de la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental (ENCIG) aplicada en 2023, revela que sólo el 58.4 por ciento de la población de la Ciudad de México recibe agua de manera constante y únicamente el 20 por ciento de la misma confía en su potabilidad.
Otra de las realidades de este complejo y costoso sistema hidráulico, es que a lo largo de su historia ha sido objeto de un trato descuidado. No le hemos brindado el debido mantenimiento y su cuerpo se ha deteriorado. El sistema de abastecimiento de agua pierde entre el 35 y el 40% del agua por fugas tan solo en la Ciudad de México. Esto equivale a tirar diariamente al drenaje 345 albercas olímpicas con capacidad de 3 millones de litros. En un cálculo inicial elaborado para convertir estos caudales en pesos y centavos, encontré que si consideramos una pérdida del 40 por ciento del total, es decir, 12 mil 800 litros cada segundo de un total de 32 mil litros que distribuye el Sistema de Agua de la Ciudad de México (SACMEX) y fijamos el costo real promedio de producir mil litros en diez pesos, resulta que diariamente perdemos la cantidad de 11 millones cincuenta y nueve mil pesos, lo que en un año representa la cantidad de 4 mil 36 millones de pesos. Las autoridades de la ciudad informaron el 22 de marzo de 2022, que el programa de modernización del sistema de distribución de agua potable había permitido reducir en 500 litros las fugas que experimenta el sistema. Es muy loable que se haya logrado esta disminución, pero se trata de un volumen muy modesto. La verdad es que seguimos tirando al drenaje miles de millones de pesos.
Por su parte, las fugas y pérdidas del sistema de drenaje constituyen un mundo más desconocido e ignorado que el de las fugas de agua pero sus efectos visibles como los socavones y agrietamientos se manifiestan sorpresivamente afectando y ocasionando muertes y destrucción de infraestructura. Subsiste desde hace tiempo una preocupación entre distintos especialistas de que las fugas no visibles en el sistema de drenaje pudieran llegar hasta algunos pozos de los cuales se extrae agua, a la red de agua potable e incluso que pudiera llegar a percolarse hasta los acuíferos que nos proporcionan hasta el 70 por ciento del agua que consumimos. La acumulación de basura y todo tipo de contaminantes en el sistema de presas, cauces a cielo abierto y lumbreras está a la vista de todo el mundo y sabemos que ocasiona serios desperfectos en el desalojo de agua y genera desbordamientos, contaminación y un paisaje francamente deprimente.
La antigüedad y obsolescencia de muchos componentes electromecánicos de esta descomunal infraestructura naturalmente presenta fallas que afectan a millones de personas. En días recientes, el Sistema Cutzamala ya muy disminuido en cuanto al caudal que envía (en algún momento llegó a enviar 15 mil litros por segundo y hoy sólo puede entregar 6 mil) tuvo que suspender completamente sus envíos de agua porque una válvula, “sufrió una fuga súbita”. También en fechas recientes el sistema Lerma tuvo que suspender sus envíos de agua a la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (que representa la importante cantidad del 16 por ciento del total de agua) porque los cortes de electricidad que se experimentaron en meses pasados obligaron a suspender el funcionamiento de los sistemas de bombeo de agua. Hace unos días, la Municipalidad de Tláhuac, sufrió una inundación porque un sistema de bombeo simplemente no funcionó. Obviamente cualquier sistema presenta fallas, pero la frecuencia e intensidad de los mismos, está indicando que se trata de una situación más generalizada que afecta a distintas partes del conjunto y no de eventos aislados.
Por supuesto que conocemos la dimensión y muchas de las causas de estos problemas, que han sido analizados por gobiernos, especialistas hidráulicos, instituciones académicas y organismos internacionales. Algunos de los propios creadores de este portentoso sistema, han tratado por todos los medios de enmendarlo. El gran sabio Nabor Carrillo, ideó y desarrollo los primeros pasos del rescate del Lago Texcoco, felizmente retomados por la actual administración federal.
El punto de vista prevaleciente y hegemónico ha sido el de aplicar más de la misma medicina, pero con recursos adicionales y mayor eficiencia. Esto se traduce en obras adicionales de gran infraestructura como acueductos, trasvase de agua de otras cuencas, construcción de mega plantas industriales de tratamiento de aguas residuales y en un arreglo de fondo a la falta de mantenimiento. Sin descartar muchas de estas acciones, otros abogamos por un cambio de paradigma o modelo. Esto quiere decir: revertir la disociación existente entre abastecimiento de agua y su desalojo masivo, promover intensamente proyectos locales con un enfoque hídrico-sustentable, utilizar a su máximo potencial el recurso pluvial, reinyectar agua a nuestros sedientos acuíferos e integrar el ciclo hídrico a la ciudad. Es el enfoque sustentable que se ha adoptado con éxito en muchos países y ciudades.
Pero es una realidad también que hoy día el grueso de los servicios que tenemos proviene del sistema existente y mientras cambiamos nuestro modelo, tenemos que seguir operando con el que tenemos. No podemos cambiar de caballo a mitad del río. Necesitamos arreglar los problemas más graves y visibles de funcionamiento del sistema como son las escandalosas pérdidas por fugas, el robo del agua, la reparación de las plantas de tratamiento de aguas residuales existentes y sin duda mejorar nuestras exhaustas finanzas del agua.
Y simultáneamente podemos, con igual dedicación y recursos, crear un sistema alternativo para enfrentar las carencias y los excesos de agua con métodos asistidos por la naturaleza, con una visión sustentable de protección a los recursos.
Tenemos que aprender a vivir con el agua que tenemos. Mas aún, tenemos que reducir la cantidad de agua que extraemos de acuíferos, presas y ríos. Muchas ciudades del mundo están tratando el 100 por ciento de sus aguas negras con un nivel de depuración tan alto que permite reutilizarla con calidad de agua potable, como sucede en Singapur y otras urbes mundiales. Un caso muy ilustrativo nos los proporciona Cataluña, que ha enfrentado condiciones climáticas y de sequía muy severas desde hace tres años. Su gobierno apostó desde hace años a la diversificación de fuentes: una de ellas ha sido la desalinización de las aguas del Mediterráneo y el otro ha sido la ampliación de las plantas de tratamiento de aguas residuales.
Gracias a las desaladoras, a las instalaciones de regeneración de agua y a una mayor utilización de las aguas freáticas, la Generalitat ha logrado “fabricar” agua para cubrir las necesidades del área metropolitana. Mientras que en el año 2021 dependían mayormente de los ríos y los embalses, en la actualidad, el 55 por ciento del consumo del área metropolitana de Barcelona ya procede del agua que proporcionan las desalinizadoras y las plantas de tratamiento de agua residuales, a partes iguales. Es decir, se anticiparon a la crisis y ahora se encuentran en mejores condiciones para enfrentar
la sequía.
En la Ciudad de México hemos descuidado considerablemente el tratamiento de las aguas residuales. SACMEX opera 26 plantas de tratamiento de aguas residuales que en conjunto aportan 3 mil 461 litros por segundo, un poco por arriba del 10 por ciento de los 32 mil litros de agua que distribuye. Es una cantidad muy baja. Desafortunadamente la planta de tratamiento con más capacidad en América Latina, inaugurada en 2016, se ubica fuera del Valle de México en el municipio de Atotonilco, en Hidalgo, donde se canaliza hacia los distritos de riego del Valle de Mezquital, a pesar de que las aguas negras provienen de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México.
El agua de origen pluvial representa otra magnífica oportunidad. Hay que reconocer que la actual administración de la Ciudad de México ha empeñado importantes esfuerzos como nunca antes en esta materia. Pero no son suficientes. No sólo porque los 70 mil sistemas instalados representan un número reducido de hogares dentro del total de la Ciudad de México, sino porque estos operan sólo en la temporada de lluvias y durante el estiaje son inoperantes. Si queremos aprovechar a fondo el agua de lluvia es necesario crear una nueva infraestructura de captación, conducción y almacenamiento del agua de lluvia. El potencial es enorme.
En las pasadas campañas por la Jefatura de Gobierno en las que resultó ganadora Clara Brugada, el tema del agua se convirtió, como nunca antes, en un tema de debate. Y no era para menos. Estas jornadas transcurrieron en medio de una de las peores crisis hídricas que se recuerden en nuestra historia reciente. Obviamente esto sirvió de pretexto para atacarse mutuamente y prometer soluciones. Sin embargo, se generó una genuina discusión sobre las propuestas y escuchamos de todo: desde repartir agua embotellada, desentubar ríos, llevar el agua de lluvia a los lagos, crear una Secretaría del Agua, eliminar las fugas al 100 por ciento, construir una política metropolitana y darle agua potable a todos los habitantes de la ciudad.
Una vez pasadas las elecciones, el gobierno electo tiene la enorme responsabilidad de presentar un programa de trabajo para enfrentar los problemas hídricos de la ciudad. Es verdad que se requiere de un plan de largo plazo, porque en seis años difícilmente van a resolverse los problemas acumulados por décadas. Las futuras autoridades deben establecer una programa claro, bien definido e integral que defina lo que se pretende alcanzar en los próximos seis años, con objetivos y metas muy precisas. Hay que definir prioridades, encarar los problemas principales y abandonar por el momento los proyectos que no van a permitir hacer un cambio significativo.
Un tema en el cual hemos perdido grandes oportunidades, a pesar de los esfuerzos de la actual administración, tiene que ver con los programas de detección y reducción de fugas que han carecido de continuidad e intensidad para lograr una reducción significativa de la pérdida del líquido que hoy alcanza entre el 35 y el 40 por ciento del caudal que se reparte a través de la red de distribución. Si lográramos reducir en los próximos seis años en un 20 por ciento la pérdida de agua por fugas, estaríamos ahorrando aproximadamente 6 mil litros por segundo. Este volumen podría aprovecharse para reducir la sobreexplotación de nuestros acuíferos, disminuir el volumen que importamos del Cutzamala y hasta nos alcanzaría para mejorar la dotación de agua en cantidad y calidad a los habitantes que hoy día carecen de ella.
Otro ámbito de enorme importancia es la producción de agua tratada. Hoy día depuramos sólo entre el 10 y el 15 de nuestras aguas residuales. ¿Sería muy exagerado fijar una meta del 30 por ciento para la administración que iniciará el próximo 5 de octubre?
Pienso que no. No sólo habría que poner al día las actuales plantas y aumentar la capacidad por lo menos al doble, sino también debería desarrollarse una red pública exclusiva de agua tratada que llegara directamente a los usuarios potenciales (parques, lagos recreativos, industrias, edificios públicos). Podría cobrarse con una tarifa que incentivara a los consumidores a sustituirla por el agua potable que hoy utilizan. Muy ligado al tratamiento de las aguas residuales, podrían desarrollarse los tratamientos más avanzados de aguas residuales para reinyectarse a los acuíferos. Los numerosos proyectos que se han diseñado e instrumentado en el pasado han carecido de apoyo permanente y esto ha generado el abandono de la gran mayoría.
Ya mencioné el potencial del empleo del agua de lluvia. Para alcanzarlo, sería necesario escalarlo a un nuevo nivel que permitiera su expansión fuera del ámbito de los hogares individuales y de las escuelas, para convertirse en una vasta infraestructura capaz de recibir, tratar y acumular agua en grandes volúmenes, que podría hacerse llegar a los lagos, canales, ríos o a distintos tipos de usuarios.
Pero un programa de nueva infraestructura no será posible sin un sólido soporte institucional y sin mecanismos financieros bien definidos y sustentables. Pensar en crear una Secretaría del Agua puede ser una buena propuesta, pero si no se acompaña de la existencia de un organismo operativo del agua descentralizado, con una dosis importante de autonomía para planear, diseñar, ejecutar y operar con mucha agilidad los planes y programas, la nueva institución iniciaría sin instrumentos efectivos para realizar su labor.
Y así llegamos a un factor, que sin bien no es el único, influye sobremanera para retardar e incluso impedir la aplicación de alternativas efectivas de transformación: el financiamiento. Hay que dejarlo muy claramente establecido: mientras no se haga una fuerte inversión en agua, los problemas persistirán. Como quedó demostrado durante la campaña, se habló mucho de planes y proyectos, empero se mencionó poco cómo se obtendrían los recursos para financiarlos.
La vía de elevar las tarifas del agua tiene que reexaminarse y ofrece posibilidades, aunque difícilmente puede proporcionar todos los recursos necesarios. Estamos hablando que tal vez serán necesarios veinte mil millones de pesos o más anualmente durante unos veinte años para alcanzar un impacto en la transformación del sistema hídrico. Hoy en día los ingresos provenientes del cobro por derechos de agua apenas rebasan los 8 mil millones de pesos. Las tarifas tendrían que elevarse en más del 100 por ciento. Esto no resulta muy viable políticamente. La ciudadanía difícilmente lo aceptaría, sobre todo porque los servicios actuales presentan muchas deficiencias. Por otro lado, la opción de canalizar mayores recursos presupuestales de las arcas de la Ciudad de México no es realista porque llevaría a desatender otros rubros de gasto como el Metro, los programas sociales y el combate a la inseguridad.
¿ Y un préstamo? Ésta sería una buena alternativa, pero la administración que termina se ha negado por razones político-ideológicas a tomar ese camino. Yo creo que es momento de cambiar esta posición. No hay que temerle a un crédito que se pague a largo plazo. Un financiamiento para desarrollar un verdadero programa de reducción de fugas, o de ampliación de las plantas de tratamiento de agua residuales o de ampliación de la infraestructura de captación y utilización del agua de lluvia, se pagaría solo, ya que permitiría en el mediano plazo un ahorro significativo del gasto en agua y drenaje. No tienen que ser necesariamente los organismos financieros internacionales los que aporten el recurso, aunque estoy seguro que lo harían con mucho interés, el apoyo puede provenir de la banca nacional de desarrollo.
Sabemos que el agua se distribuye de manera muy desigual y que la población más pobre es la que menos la recibe viéndose obligada a pagar una cantidad muy elevada de su ingreso por ella. Se debe atender prioritariamente a este grupo social. Pero el derecho humano al agua para todos los habitantes difícilmente puede alcanzarse cuando se tiene un sistema ineficiente, despilfarrador y mal financiado. La mala administración se convierte así en un factor que profundiza la desigualdad e inequidad social.
Es claro que podemos postergar la búsqueda de una solución efectiva a los problemas señalados, así lo han hecho en mayor o menor medida los gobiernos de administraciones pasadas y la sociedad en su conjunto lo ha tolerado, pero el costo social, económico y político cada día será mayor.
Debemos resistir el abandono ante la inercia imperante de ser arrastrados por la corriente. Las consecuencias están a la vista. Seguir sosteniendo un sistema ineficiente, dispendioso, que destruye la naturaleza y que nos coloca en una jungla donde nos vemos obligados a luchar por el agua. No debemos permitir que nuestro paisaje urbano repleto de pipas, de miles de quejas por la falta y mala calidad del agua, de protestas vecinales que desquician a la ciudad, se convierta en la “nueva normalidad del agua”. La otra opción es dar pasos firmes, verdaderos y no cosméticos, hacia un cambio. Nadar a contracorriente
Es importante saber que no llegaremos al “día cero”, o que difícilmente nos ahogaremos con una mega tormenta como le ocurrió a la capital de la Nueva España en 1629 y tampoco nos agarraremos a balazos, eso espero, como sucedió entre las fuerzas zapatistas y las carrancistas en 1916 por el control de las aguas de Xochimilco que abastecían a la capital, pero de seguir así, sin aplicar las difíciles medidas que se requieren para transformar el modelo que tenemos en la actualidad, vamos a continuar padeciendo cortes de agua, estaremos expuestos a los vaivenes producidos por el cambio climático y las sequías, seguiremos dependiendo de las pipas, continuaremos extrayendo el agua a mayores profundidades con el consiguiente uso de mayores recursos energéticos, atestiguaremos la proliferación de más conflictos sociopolíticos, mirando azorados como se imponen la irregularidad basada en el robo, el “huachicoleo” y la corrupción, sumergidos en la zozobra. En otras palabras, seguiremos viviendo con el agua hasta el cuello.
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