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Quentin Tarantino comparte las películas que lo marcaron

En el libro, el realizador cuenta sus primeras experiencias como espectador de filmes; analiza el trabajo de Sam Peckimpah, Martin Scorsese...
  • Por Redacción
Quentin Tarantino comparte las películas que lo marcaron

El cineasta estadounidense Quentin Tarantino a los siete años quedó fascinado con la primera función de cine que presenció en el Tiffany Theater, donde vio Joe, ciudadano americano, de John G. Avildsen, y ¿Dónde está papá?, de Carl Reiner. “Aquella sesión fue memorable… Puede que me pasara dormido toda la mitad de Joe. Ciudadano, pero desperté en cuanto terminó la película y se encendieron las luces. Y enseguida empezó la segunda película, ¿Dónde está papá?, cuando George Segal se pone el disfraz de gorila y Ruth Gordon le da un puñetazo en los huevos esa película me atrapó….”, cuenta el aclamado director en el libro Meditaciones de cine (Langosta Literaria/Penguin Random House).

En dicha publicación, que recientemente se lanzó en español, el responsable de títulos como Resevoir Dogs (1992) y Pulp Fiction (1994), no sólo expone sus conceptos y sus procesos creativos, sino que da cuenta de los estímulos que lo inspiraron, lo alimentaron y aún lo siguen haciendo. En el primer capítulo narra su infancia cuando solía ir al cine con su mamá.

Cuenta, por ejemplo, que cuando vio Conocimiento carnal, en la escena en la que Art Garfunke intenta convencer a Candice Bergen que se acueste con él, a sus nueve años no entendía y le preguntó a su madre: ¿Qué quieren hacer?, lo cual provocó las carcajadas de los adultos presentes en la sala.

Como si se tratara de la charla improvisada de un amigo con el que se comparten gustos, Tarantino lleva por experiencias como su primer encuentro con la saga de James Bond, enumera de acuerdo a parámetros personales la filmografía de gente de la talla de Paul Newman —Cortina Rasgada (1966), Dos hombres y un destino (1969)—.

Del mismo modo comparte sus muy particulares análisis de la mitología fílmica que va y viene entre el Hollywood de Sam Peckimpah —Pat Garrett y Billy the Kid (1973), La cruz de hierro (1976)— de John Boorman —A quemarropa, (1967), Zardoz (1974)—, al de Brian de Palma —Carrie (1976), Scarface (1983)— y el de Martin Scorsese —Taxi Driver (1976), Toro salvaje (1980)—, refiriendo en el camino a Woody Allen —Manhattan (1979)— y hasta John Woo —Misión imposible 2 (2000)—. Pone el ojo, desde otra perspectiva, en detalles de la vida de estrellas como Steve McQueen —Los siete

magníficos (1970) y Papillon (1973)—, que en algunos casos son arrancados de entrevistas y biografías, y en otros más son retomados de las anécdotas que le compartieron directamente quienes las protagonizaron con ellos. Todo acompañado de apreciaciones que le dijeron varios colegas, entre ellos Walter Hill —The Warriors (1979)—.

Tarantino constantemente se asoma a su conocido sentido del humor siempre proclive a ironizar, dejando en claro su afán de jugar a no tomarse demasiado en serio sus disertaciones sobre el séptimo arte, como cuando comenta: “Algunos padres ni siquiera querían que jugara con sus hijos, por lo delirantes que eran las películas que veía y de las que hablaba. Pero que conste: cuando cuento que vi Grupo salvaje y Deliverance a los 11 años —entonces y ahora— estoy alardeando, ¡claro que estoy alardeando, joder!”.

Meditaciones de cine se conforma de 15 ensayos de cada una de las películas que lo marcaron, es una suerte de crítica de cine, teoría y reportaje.

A finales de los años sesenta y principios de los setenta, el Tiffany Theater contaba con un bien cultural inmueble por el que se distinguía de los demás grandes cines de Hollywood. Para empezar, no estaba situado en Hollywood Boulevard. A excepción del Cinerama Dome, de la cadena Pacific Theatres, que se alzaba imponente en la esquina de Sunset con Vine, las otras grandes salas de Hollywood se encontraban todas en el último refugio turístico del Viejo Hollywood: Hollywood Boulevard.

Por el día aún se veía pasear a los turistas por el bulevar, camino del Museo de Cera de Hollywood, mirándose los pies y leyendo los nombres en el Paseo de la Fama («Mira, Marge, Eddie Cantor»). Hollywood Boulevard atraía a la gente por sus cines mundialmente famosos (el Grauman’s Chinese Theatre, el Egyptian, el Paramount, el Pantages, el Vogue). Sin embargo, cuando el sol se ponía y los turistas regresaban a sus Holiday Inn, Hollywood Boulevard quedaba en manos de la gente de la noche y se transformaba en Hollyweird, «Hollyraro».

En cambio, el Tiffany estaba en Sunset Boulevard y, para colmo, en Sunset Boulevard al oeste de La Brea, con lo que oficialmente pertenecía al Sunset Strip.

¿Y eso tiene alguna importancia?

Una gran importancia.

En esa época se imponía una profunda nostalgia por todo aquello propio del Viejo Hollywood. Dondequiera que mirases, había fotos, pinturas y murales de Laurel y Hardy, W. C. Fields, Charlie Chaplin, el Frankenstein de Karloff, King Kong, Harlow y Bogart (corrían los tiempos de los famosos pósteres psicodélicos de Elaine Havelock). Sobre todo en Hollywood propiamente dicho (es decir, al este de La Brea). [...] Entre los clubes de rock y frente al Ben Frank’s Coffee Shop, se hallaba el Tiffany Theater.

En el Tiffany no pasaban películas como Oliver, Aeropuerto, Adiós, Mr. Chips, Chitty Chitty Bang Bang, Ahí va ese bólido, o ni siquiera Operación Trueno. El Tiffany acogía Woodstock, Los Rolling Stones [...]

FRAGMENTO TOMADO DEL LIBRO MEDITACIONES DE CINE.

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