One Piece el romance perfecto entre el anime y el live action
La relación entre el anime y el live-action occidental ha sido un verdadero desastre, solo basta mencionar Dragon Ball Evolution (2009) o la reciente Caballeros del Zodiaco (2023). Pero después de diversos intentos hay luz en el horizonte y llega One Piece de Netflix, divertida propuesta, ecléctica y con aire camp, que sabe aprovechar y reinterpretar el humor y extravagancia de esta historia sobre las andanzas de un joven en busca de ser el Rey de los Piratas.
Los aciertos comienzan con el reparto encabezado por el mexicano Iñaki Godoy, quien hace valer su talento y carisma en Monkey D. Luffy, personaje que pareciera creado para él. Su gestual y corporalidad está sustentada por impulsos muy orgánicos para mantenerle dentro del rango de la comedia ligera, dejando que sea la cámara la que haga el énfasis en los momentos que retoman la estridencia distintiva de la serie original, para evitar caer en lo esperpéntico al hacerlo con actores reales.
En ese mismo rango se mantienen el resto de los protagonistas y antagonistas, incluso los más subidos de tono, como en el caso de Buggy, pirata con aspecto de payaso cuya siniestra teatralidad se proyecta gracias a acercamientos que rayan en el extreme close up, acompañados del sonido de violentos acordes que se convierten en un grotesco live-motive. Son también los desplazamientos amplios de cámara, en conjunción con las perspectivas a ras de piso y contrapicadas, lo que logra replicar durante los combates la grandilocuencia que en la animación japonesa juega entre lo épico y lo ridículo. Esto pese a que dichas secuencias no son del todo limpias en su ejecución dejando entrever algunas de las costuras en las coreografías.
Pero en este One Piece hay un poco más que un llamativo envoltorio. Con diálogos puntuales en el marco creado por las peripecias de la trama, los cuales sirven de transición entre ellas para dar continuidad a la aventura y contrario a la obra original evitar demasiados rodeos; ofrecen un simple pero emotivo contraste entre la ilusión infantil del protagonista empeñado en convertirse en uno de estos marginales que surcan el océano, y la de un chico que decide unirse a los representantes de la ley en el afán de ayudar a los desprotegidos.
De este modo es que nos hablan de la fidelidad consigo mismo y los sueños que, gracias a la convicción sobreviven en un universo fantástico movido por la ambición y por seres con habilidades extraordinarias, donde al igual que en el mundo real, las líneas que dividen lo correcto y lo incorrecto se desdibujan.
Estamos ante una adaptación que no solo mantiene la cándida esencia de la obra de Eiichiro Oda, que le sirve como base para así dejar satisfechos a los fans, sino que logra un conveniente ejercicio de síntesis de una serie que ha superado los mil episodios, moderando los excesos que no suelen funcionar más allá de la comedia en el anime, dándole la frescura necesaria para alcanzar a nuevos públicos e inscribirse en la tradición de las aventuras de piratas, a la cual de paso revitaliza.
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