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El secuestro del papa: ¿Vale la pena ver la película sobre el autoritarismo religioso?

"El secuestro del papa" se estrenó en cines de México; tedecimos si la pena ver la película sobre el autoritarismo de las instituciones religiosas
  • Por Redacción
El secuestro del papa: ¿Vale la pena ver la película sobre el autoritarismo religioso?

Las infamias perpetradas por una de las más oscuras y crueles organizaciones de la iglesia católica, pese a los intentos de diluirles teniendo al paso del tiempo como cómplice en los lavados de cara tipo la apertura pública de sus archivos a finales de los 90, misma que redundó en la exposición de 2008 en Roma donde dejaron fuera los casos más escandalosos y los salvajes mecanismos de tortura; afortunadamente siguen siendo atendidas por directores como el octogenario italiano Marco Bellocchio —“Sangre de mi sangre” (2015)—, a quien no solo no le tiembla la mano a la hora de perfilar el discurso, sino que mantiene el rigor de su manufactura entregando piezas tan agudas y reveladoras como sólidas en su desarrollo dramático y cautivadoras a nivel visual.

Esta vez el usual afán de sobrexplicar en el traslado al español del título original de las películas, que aquí simplemente podría haberse traducido como “Raptado”, no luce tan inconveniente al puntualizar con “El Secuestro del Papa”, el cómo a mediados del siglo XIX por órdenes directas del Sumo Pontífice, y ejecutadas por supuesto a través de El Santo Oficio, un niño judio fue arrancado del seno de sus padres para internarlo y ser reeducado junto a otros en circunstancias similares, con el pretexto de que supuestamente había sido bautizado en secreto.

La puesta en escena que se nutre con los colores cálidos surgidos de una iluminación que enfatiza el venir de fuentes dentro la ficción, es lo que dota de un llamativo pero inquietante aire sacro a las atmósferas correspondientes tanto a la austeridad de las casas de la comunidad de Bolonia, que es de donde proviene el infante en cuestión, como a las de los templos en Roma con su impositiva ostentosidad.

El lienzo es ideal para que el trayecto que duró más de una década, de unos padres desesperados por recuperar a su hijo y la forma en que los “defensores” del dogma predominante que eventualmente se verá amenazado por las tropas unificadoras, hacen efectivos diversos mecanismos dejando patente una vez más su enorme habilidad para justificarse y librarse de las consecuencias, vaya trazando de manera indirecta y sin grandes aspavientos la transgresión emocional e ideológica del pequeño protagonista, hasta su llegada al mundo adulto completamente manipulado por la institución que le mantuvo dentro de un secuestro normalizado, reservándose la explosión emocional a dos momentos clave en que queda al descubierto el abismo de las disyuntivas de una fe pervertida por las instituciones y los estragos generados por el adoctrinamiento.

De paso y con una sutil naturalidad el director se permite sugestivas pinceladas que incluso valiéndose de la animación, materializan la percepción de la realidad alterada por las dudas que buscan respuesta en las efigies, la angustia ante publicaciones impresas o el efecto asfixiante de la arquitectura y los decorados religiosos.

A pesar de que es cierto que este Padre Pío merecía mayores matices, y de que quedan en el bosquejo algunos aspectos históricos y sucesos familiares alternos que la trama misma nos indica que tenían cierta trascendencia, no mengua la potencia de la declaración intrínseca en el nervio de una película basada en hechos reales, cuya mordacidad está la altura de su sofisticado acabado.

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