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El Conde: ¿vale la pena ver la película en la que Augusto Pinochet es un vampiro?

Muy pronto se estrena en Netflix “El Conde” de Pablo Larraín; te decimos si debes ver la película donde Pinochet es un vampiro
  • Por Redacción
El Conde: ¿vale la pena ver la película en la que Augusto Pinochet es un vampiro?

Como ha quedado demostrado en otras producciones —dígase “Vampiros de la Habana” (1985), por ejemplo—, el concepto del “chupasangre” con su parasitaria voracidad elevada al estatus existencialista vía su intrínseca inmortalidad, resulta ideal para establecer paralelismos con instituciones y figuras políticas, como en este caso donde aprovechando el aire aristocrático que suele acompañar el mito, Pablo Larraín —“Jackie” (2016), “Neruda” (2016)— satiriza la figura de Pinochet, militar que tras convertirse en un despiadado dictador se encuentra sumergido en la decadencia, con su desendencia merodeando como buitres a la espera de las sobras de una época donde vivieron en la opulencia a costillas de una nación.

Con una cámara taciturna delineando visiones a blanco y negro heredaras del expresionismo alemán, ya sea sobre campos de batalla o parajes desolados, donde el atardecer parece eterno y la luz se cuela espectral al interior de casonas de ostentosidad avejentada simbolizando la caída y anacronismo de uno de los más infames regímenes latinoamericanos, en “El Conde” se revelan los ficticios, convulsos e insólitos orígenes de Augusto Pinochet, para luego saltar a su presente de cínico desgano que le permite la impunidad.

Un estado de somnolencia interrumpido por la llegada de una mujer que, mientras hace un recuento de los resabios de la fortuna producto del saqueo al pueblo chileno, se convierte en el detonador de un nuevo impulso del general, quien aparentemente ya había vuelto a volar por las noches para dejar sentir por última vez su siniestra sombra en la ciudad consumiendo sangre y devorando corazones.

Esto da pie para que entre las confesiones familiares que buscan acelerar el proceso legal monetario y una truculenta trama de lealtad enfermiza, se vayan dando disertaciones sobre la ambición, el robo y el asesinato como se concibe desde las cúpulas de poder, con el fanatismo religioso presente a través de un rol clásico de las películas de horror; las cuales aunque se quedan un tanto en la superficie y no conectan del todo con el rango filosófico del mito vampírico al que apuntan, si son claras en sus postura crítica y como planteamientos para sustentar la naturaleza y motivaciones de los personajes.

Se trata de una ucronía llevada al extremo, cuya sobriedad y tono de desencanto logran sostener el absurdo estilizado de una pesadilla que sin mostrar reticencia alguna a la hora de las secuencias de cercenamientos y similares, juega a tomarse en serio como siniestra broma, para así enfatizar la brutalidad de su protagonista en la realidad, y lo trágico de los ciclos sociales que derrocan y encumbran a sus monstruos teniendo al pueblo como víctimas sin rostro.

Así pues, “El Conde” que tras un breve paso por la cartelera llegará a la plataforma de Netflix, es igual de efectiva como sátira política que como película de Vampiros.

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