Dos Estaciones, cine mexicano que sabe destilar tequila
El pulso de la cámara entrenada por el documental para acariciar la realidad a través de la corrección técnica, aquí aterriza en la ficción para materializar con recorridos pausados y planos que respiran cada espacio e intiman con sutileza, los sentimientos contenidos en la lucha diaria y silenciosa que reverencia la tradicional manufactura del tequila, en un escenario sobrio que inunda la pantalla con la enigmática presencia de la protagonista.
Con la implosión como principal herramienta emocional, en Dos Estaciones, la actriz Teresa Sánchez cambia su registro en relación con el entrañable rol que le ganara el favor del público en la galardonada La Camarista (2018), y se enfoca en magnificar el significado de los pequeños gestos y las miradas colgadas de la melancolía, para hacer cómplice al espectador de la solemne dedicación de una hacendada y sus solitarios andares de rutina al frente de una empresa que en Los Altos de Jalisco, aun se empeña en trabajar el agave, pese a lo impredecible del clima y la avasalladora sombra de las corporaciones extranjeras.
Es al contratar a una chica como administradora, quien pese a no hacer grandes aspavientos, con su llegada ante el entorno de parsimonia predominante provoca una mustia revolución que la protagonista deja entrever sus procesos internos, sus momentos de debilidad y su capacidad de resistencia que quizás esta vez no sean suficientes ante las plagas e inundaciones que aquejan su plantación.
A veces el afán de sugerencia del desarrollo se pierde en cierta ambigüedad y algunas escenas son dispersas, pero la belleza profunda y elocuente del silencio, el otro gran protagonista del filme de Juan Pablo González (Caballerango, 2018), seduce y sostiene un relato que al margen del ritmo vertiginoso del cine comercial invita a respirar tequila y permite reflexionar a través del simple, pero honesto ejercicio que implica el arte de la contemplación.
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