Crítica de 'Los que se quedan': ¿por qué ver esta película que es un clásico instantáneo?
A dos décadas de Sideways (2004), el emotivo idilio creativo entre el actor Paul Giamatti -American Splendor (2003), The Amazing Spider-Man 2: Rise of Electro (2014)- y el director Alexander Payne -Los descendientes (2011)-, se refrenda aquí con un despliegue de manejo emocional y de lenguaje cinematográfico delineado por la madures y el oficio que además trae de regreso la comedia francesa Merlusse (1935) que le sirve de inspiración, cuyo mensaje sigue siendo tan conveniente como en aquellos años.
Por que si bien de inicio la historia sobre un profesor amargado por la frustración, un joven de familia adinerada pero fracturada y una cocinera sumergida en luto de haber perdido a su único hijo en la guerra, quienes tienen que pasar las festividades decembrinas en una prestigiosa escuela que acaba de entrar en su periodo vacacional; pareciera hablar sobre la tolerancia apuntando un drama con tintes de comedia, este encuentro inesperado de tres almas tan olvidadas y solitarias como diferentes en sus circunstancias, en realidad refiere algo más importante, la comprensión.
Y es que lo primero que es tan mencionado actualmente, es solo una forma de convivir por un corto o largo periodo “soportando” al otro, en cambio lo segundo se trata de conocerlo para poder entenderle y así empatizar con el ser humano más allá de las apariencias, prejuicios y reticencias.
Es ahí donde en Los que se quedan toma vital importancia el delineado de las pequeñas acciones, las cuales acompañan charlas con diálogos que dentro de lo simpático o incómodo de lo cotidiano son puntuales a la hora de conectar con las emociones de personajes que nunca se desbordan, adquiriendo así un mustio significado que conforme avanza el relato se vuelve profundo.
El marco ideal para ello lo da la sobriedad de la puesta en escena y el carácter meditabundo de la cámara siempre consistente en su transitar para estar acorde al ritmo que exige el actual gran público que no suele estar acostumbrado a lo contemplativo, que en su conjunción entregan secuencias con pálidas postales donde la calidez de las relaciones termina por emerger y sublimarse ante la frialdad y el olvido.
Los que se quedan -The Holdovers-, título en español que esta vez resulta mucho más conveniente y significativo que el original, es una de esas películas que embriagan gradualmente con su deliciosa y conmovedora universalidad sin recurrir a excesos melodramáticos o manipulaciones para vincularse a distintos niveles con el espectador, un clásico navideño instantáneo que aunque tiene todo para disfrutarse en cualquier época, hubiera sido ideal que llegara a nuestra cartelera a finales del año pasado.
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