Blanquita explora desde la ficción el caso de pederastia que conmocionó en Chile
Si bien en Blanquita de Fernando Guzzoni apenas se conserva la fuerza como testimonio del caso Spikiak, que a principios de siglo convulsionó las cúpulas de poder en Chile al revelarse una red de prostitución infantil, conforme avanza la película queda claro que los afanes del cineasta no van en relación a señalamientos directos a figuras o instituciones, que aún así las hay dentro de la tibieza en ese sentido, sino en apuntar las implicaciones de entrar al mecanismo de manipulación de verdades e intereses tanto políticos como religiosos, enarbolando una particular y peligrosa búsqueda de justicia que de una forma u otra tendrá un costo.
Se trata de una ficción con extrañas de realidad muy específicas, donde siguiendo los pasos de una chica dispuesta a denunciar a sus victimarios, se sirven con eficacia de los lineamientos de incertidumbre propios del thriller para mantenerse en el rango de los productos de entretenimiento, y al mismo tiempo exponer el proceso de deterioro moral de quienes deciden hacer lo mismo que los agresores normalizados ante el ojo público, y mover las piezas del sistema que les acoge para evidenciarlos y detenerlos.
Es ahí donde la cámara por momentos parsimoniosa, así como el uso de tonalidades opacas, resultan ideales y cumplen con su cometido de materializar la ambigüedad del trayecto entre atmósferas opresivas producto del contraste de escenarios de abandono social y los de pulcritud hipócrita institucional, recurriendo a algunos desenfoques para reflejar los estragos mentales, con la presión mediática flotando como rumor en el aire.
La joven Laura López que encarna a la protagonista, se pone a la altura con el manejo emocional, sabe ir y venir sin desbordarse entre la fragilidad y la entereza para hacer valer las ventajas que tiene sobre otros bordeando una natural alevosía, misma que alimenta su presencia a veces desconcertante y fácil de ser llevada a conveniencia de los implicados al rol de mentirosa.
Decepciona que al final el desarrollo de los personajes sea desigual y que el de algunos incluso se quede simplemente en la nada, lo mismo que el impacto de la historia con respecto al entorno y que podría haber dado para mucho más, pero aún así Blanquita es un drama social dentro una pieza de género con planteamientos trascendentales, que acierta al evitar ser explícita, pero es lo suficientemente incómoda para no devaluar los hechos reales dentro del rango del producto con todas las posibilidades de acceder al gran público y ofrecerle una necesaria llamada de atención. Ya se encuentra en la cartelera mexicana.
AG
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