Saturan camioneras, calles...; muchos acusan discriminación
- Por Redacción
Porque han sido discriminados, extorsionados, ignorados, pero también maltratados, y porque sobrevivir les ha resultado más caro aquí, algunos migrantes que comienzan a quedar varados en México, en una de las oleadas más grandes de las que se tiene registro, ahora se dicen arrepentidos de haber salido de su país, pero más de haber llegado aquí.
Sin embargo, para otros el regresar a sus países tampoco es una opción y permanecer en México e intentar hacer una vida aquí comienza a parecerles una “solución”.
“Con lo que nos cueste y como tengamos que irnos, tenemos que llegar o nos quedamos aquí, porque ni locos pensamos devolvernos”, dice Emily, venezolana que dejó su país hace tres semanas.
Sentada en el área de alimentos de la Central de Autobuses de San Lázaro, la joven de 26 años intenta retirar la piel muerta y curar las llagas que se le han formado en las plantas de los pies tras dos días de caminata, luego de que un autobús que abordó desde Oaxaca la abandonó junto a más extranjeros en un punto para ellos desconocido de la Ciudad de México.
El grupo se fue desintegrando y ahora ella aguarda a que “alguien”, a quien pagarán 300 pesos, la recoja junto a dos amigas y sus tres hijos que conoció en el camino.
Esperan que dicha persona las aproxime a una estación del tren que, les aseguran, las llevará a la frontera entre Coahuila y Estados Unidos. Ellas, como muchos otros migrantes, aún desconocen que el tránsito ferroviario hacia aquella zona del país se detuvo esta semana.
Jeremy es un migrante haitiano que vivía en Brasil, país del que salió desde marzo junto a su esposa y su pequeño hijo, que ahora tiene un año de edad.
Su meta es llegar a Mexicali para quedarse a trabajar en México porque consiguió un permiso que así se lo permite, pero ahora enfrenta un problema que le impide concretar su plan.
En su trayecto de Tapachula a la Ciudad de México su equipaje fue extraviado por la compañía camionera en que se trasladaba. En sus maletas no sólo iba su ropa, sino también sus documentos para acreditar su estancia legal en el país.
Hoy ya no tiene dinero para regresar ni para seguir avanzando. Más de 20 mil pesos, conseguidos al vender todo su patrimonio, le fueron quitados por autoridades migratorias mexicanas que, según narra a este medio, le fueron pidiendo para liberarlo en las diversas ocasiones que lo detuvieron.
A unos pasos de la estación del Metro Revolución se encuentra una de las decenas de pensiones ya abarrotadas por migrantes pero que, a pesar de ello, cobra mil 500 pesos por semana a quien opte por resguardarse en alguno de sus reducidos rincones.
Algunos salen de vez en cuando para comprar algo de comida. Hay quienes salen a intentar conseguir dinero, como un grupo de extranjeros que sobre la banqueta de Avenida Insurgentes instaló una lona y ofrece cortar cabello.
Otros caminan afuera de la pensión o se sientan sobre la banqueta, porque sobre los bordes de las jardineras ha sido puesto aceite por parte de los vecinos para que nadie se siente.
Una joven se queja de que “aquí la plata no rinde; más rinde en Guatemala”, y otro la secunda: “Yo aquí ya me gasté nueve mil pesos, nada más de llegar de la frontera para acá, eso no me lo gasté ni en todos los países que cruzamos”.
Del grupo se aleja otro hombre para leer el mensaje de su esposa a quien no ve desde hace más de un mes: “No pierdas tu fe, que Dios te tiene muchas cosas buenas, ya vas a ver”, le dice.
Él se reintegra para quejarse de la situación: “Hay mexicanos buenos, pero hay malos… yo estoy arrepentido de haber dejado mi país, pero más de estar aquí, ¿aquí para qué me quedo y allá para qué me voy?”.
Grupos criminales en Colombia disfrazados de empresas de turismo, ofertan traslados desde las localidades de Acandi y Turbo hasta la Selva del Darién en su trayecto a México por 500 dólares en lanchas rápidas.
De acuerdo con información obtenida por La Razón con una organización en ese país, que por seguridad pidió omitir su nombre, a cada lancha la caben entre 20 y 100 personas, dependiendo el navío, y el costo para tener derecho al tour es de 50 dólares (860 pesos); sin embargo, las personas que ya saben de los traslados, piden llegar hasta el Darién por 500 dólares más (ocho mil 600 pesos).
El trayecto por mar dura dos horas y a los viajeros se les deja en la entrada a la selva, que, de acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) es el segundo paso para migrantes más peligroso del mundo.
Este rotativo ha constatado historias de personas que han pasado por ese sitio y han visto cadáveres, han sido atacados por fauna salvaje, han tenido accidentes y han llegado a perderse por varias semanas sin alimento ni agua.
Además, aún con un guía, los grupos pueden tardar entre 15 días y un mes para salir de la selva y enfilarse hacia México, para comenzar otra travesía hasta la frontera con Estados Unidos.
En imágenes compartidas a este diario, se ve a los migrantes con chalecos salvavidas y maletas durante su traslado, además, hay un campamento donde se aparta el viaje. Los lugares de donde salen los botes son turísticos, lo que facilita a estas organizaciones disfrazar sus actividades ilícitas para evitar ser detectados.
“Hay por lo menos tres lugares por donde salen las lanchas rápidas hacia el Darién y diariamente hay cientos de personas esperando su turno de viaje. Hay muchas personas que desean irse de Colombia”, explicó un vocero de la organización.
Añadió que la ruta migratoria desde Colombia hasta Centroamérica está “muy controlada por la mafia de los países en los que atraviesa”, mientras que en México, es otra.
El gobierno de Panamá dijo que en 2022 atravesaron la selva al menos 250 mil personas, y en lo que va del año suman 360 mil, un aumento de 44 por ciento.
De acuerdo con el periódico estadounidense The New York Times diariamente salen dos mil personas desde campamentos en Colombia para adentrarse en su recorrido, que en muchos casos, se requiere de suerte, buenas condiciones de clima y hasta resistencia para salir.
Muchos de los migrantes que se adentran a la selva entre Panamá y Colombia son de origen venezolano, y de acuerdo a testimonios, desde la salida a su país hasta México, se tardan entre tres y seis meses, dependiendo de sus recursos y formas de viaje.
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