La sustancia: ¿vale al pena ver la película de terror con Demi Moore?
- Por Redacción
El horror físico y el splatter pocas veces han tenido tanto sentido en la pantalla grande como en “La sustancia”, esta sádica exposición del lado más retorcido del culto a los estándares de belleza y su comercialización, el cual junto con la tendencia a convertir a los crimínales en celebridades, es uno de los males heredados por la sociedad del siglo XX.
En ambos casos por supuesto ha tenido todo que ver la influencia de quienes están detrás de los medios, y es por eso que aquí es ideal el que todo gira alrededor de una otrora figura del cine reconvertida por los años en estrella presentadora de rutinas de ejercicio en televisión, interpretada por una Demi Moore —“Indecent Proposal” (1993), “Striptease” (1996)— sin miedo a exponerse convirtiéndose en una referencia directa a los sex symbols y la obsesión que ella misma tuviera; quien al ver cancelado su programa debido a la edad, decide aceptar el uso de un extraño tratamiento que le permite tener un alter ego más joven y supuestamente mejorado.
Tal cual si se tratara de un ensayo escrito, la directora no pierde el tiempo y desde un principio utiliza uno de los reconocimientos más grandes que puede tener un famoso, para elaborar una desasosegante secuencia que da fe del implacable paso del tiempo y fundamenta su planteamiento general sobre la exigencia de la supuesta perfección que convierte el cuerpo en un simple cascarón, proceso en el que son cómplices tanto las inseguridades de la protagonista como la frivolidad de su entorno, encaminándose a significativas escenas como la de un pasillo de cuyas paredes cuelgan cuadros en sucesión representando el escabroso camino de venta de la imagen y de la estéril alimentación del ego que conduce al desgaste.
Las coreografías con la chica encarnada por la carismática Margaret Qualley —“Pobres Criaturas” (2023), “Tipos de gentileza” (2024)—, luciendo su cuerpo en los normalizados ángulos que le cosifican, se enrarecen al venir precedidos por las secuencias de lasciva voracidad y gestos, exacerbados tanto por la cámara como por la gestual de Dennis Quaid —“El día después de mañana” (2004)— en su papel de ejecutivo de la pantalla chica, son igual de espeluznantes que aquellas que transgreden la sensualidad con el gore, mostrándole desnuda durante la dinámica que le permite emerger como la otra versión de sí misma.
De tal modo es que La Sustancia de Coralie Fargeat —“Revenge” (2017)—, al estilo de célebres realizadores como David Cronenberg —“Videodrome” (1983), “La Mosca” 1986)—, lleva mucho más lejos de lo acostumbrado el impacto visual de los conceptos de transmutación y de usurpadores de cuerpos propios del cine de género, para no solo arrojar cuestionamientos morales y con respecto a la autoestima, sino explorarlos hasta materializar las consecuencias de la obsesión con la apariencia, en pasajes que no temen a los excesos de la deformidad, y aunque al final se olvidan de congruencias espaciales y la poca lógica que pudieran tener los traslados, alcanzan de manera gradual y con convicción el absurdo que los pone en segundo término, para entregar un relato tan perturbador como inteligente que no renuncia nunca a las fórmulas del entretenimiento.
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