El Niño y la Garza, la genialidad de Hayao Miyazaki en maravillosa plenitud
- Por Redacción
Vaya que valen la pena los siete años invertidos en la realización de esta película que saca del retiro a uno de los más grandes maestros de la historia del cine, quien tomando como base su novela favorita, ¿Cómo vives? (1937) de Genzaburo Yoshino -adaptada al manga en 2017-, entrega la que por esa misma razón se convierte en una de sus películas más personales y complejas a nivel de simbolismo.
Claro que en dicho texto el tratamiento y la estructura es muy diferente, sin embargo, las enseñanzas incluidas son un excelente inspiración para que el también responsable de joyas como El Viaje de Chihiro (2001), elabore una introspección tipo fábula con todo y extravagantes animales parlantes, que no solo va sobre la perdida y el duelo, sino acerca de la capacidad de aceptación, de adaptarse y madurar.
En esta historia sobre un chico que tras perder a su madre debido a un bombardeo durante la Segunda Guerra Mundial, tiene que mudarse junto con su padre a otra ciudad donde ya está formando un hogar con alguien más, desde un principio es irresistible la melancólica paciencia con la que se plantean las situaciones en las que dentro de lo cotidiano del ir y venir de la casa a la escuela, poco a poco se evidencian la confusión y las fracturas provocadas por el dolor contenido que incluso llevan al silencioso protagonista a atentar contra su propio integridad física y mentir.
Del mismo modo se va presentado a los personajes que incluyen desde una garza antropomorfa cuya ambigua personalidad es heredera de los cuentos de hadas tradicionales que enseñaban a partir de la crueldad y el miedo, hasta un ejército de periquitos tamaño humano que refieren al totalitarismo, pasando por diversas representaciones femeninas que son las que dan claridad a los objetivos y sostienen el orden al borde del absurdo.
Son ellos los que conectan un entorno enrarecido por la perspectiva del Niño, con la carga de misterio propia del lugar al que recién ha llegado, empujando el relato hasta desbordar el drama que termina por romper completamente las barreras entre lo real y lo fantástico, para que sea la carnavalesca imaginería la que exponga la ansiedad y la incertidumbre inherente de los procesos emocionales que durante el paso de la infancia reacomodan las piezas con las que cada uno va formándose como persona y se encamina a elegir una forma de vivir.
Por supuesto la manufactura artesanal le dota no solo de una nostálgica belleza, sino de una mustia y a veces cruda humanidad que desde el trasfondo inquieta y conmueve. Al final, es cierto que El Niño y la Garza solo vuelve a entregar aquello a lo que ya nos tiene acostumbrados Hayao Miyazaki, pero eso le es más que suficiente para alcanzar niveles de virtuosismo y presentarse como una obra agridulce tan cautivadora como profunda y factible de múltiples lecturas.
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