Espectáculos

Ciudad de Dios: La lucha no para, una serie sin escape

Regresa más de 20 años después en formato de serie dentro de la plataforma de Max, el cual llega de la mano de su director original, Fernando Meirelles
  • Por Redacción

En su momento Ciudad de Dios (2002), película que para exponer en carne viva la génesis criminal de las favelas del Río de Janeiro de los 70s, tomaba de pretexto la historia de un niño que en medio de la violencia descubre su vocación como fotoperiodista; hizo eco de producciones como Dobermann (1997) de Jan Kounen y Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998) de Guy Ritchie, que formaron parte de la vanguardia fílmica de finales del siglo pasado, esa que estaba impulsada por un ímpetu mordaz y un estilo videoclipero, con la diferencia de que en su caso el concepto venía revestido de una estética abrumadoramente orgánica y sucia con base a la saturación de colores, y sustentada en un discurso social descarnado que se desgranaba a ritmo de la mezcla de soul, funk y samba, aderezada con las voces de célebres músicos como Raul Seixas.

Dos aspectos que hoy mantiene para su regreso más de 20 años después en formato de serie dentro de la plataforma de Max, el cual llega de la mano de su director original Fernando Meirelles -Ciudad de Hombres (serie), Los dos papas (2019)-, quien esta vez se guarda el rol de productor, consiguiendo resultados bastante afortunados y convenientes.

Y es que aunque el primero de ellos ya no sorprende ante un la actual tendencia frenética del entretenimiento, y por momentos aquí se convencionaliza al abrir las nuevas líneas arguméntales sobre la guerra por los territorios empujada por un miembro de la otrora banda de infantes “matones” conocida como los Petardos, sigue siendo igual de funcional para enfatizar el fondo de denuncia, mientras evoca sus propios antecedentes de cuando nos narraba desde las andanzas del “Trío Ternura” que en los 60s transitaba entre los robos estilo “robin hood” hasta encontrar un fatídico destino, hasta el salvaje surgimiento del cruel Zé Pequenho arrancado de la realidad -el personaje retoma la figura de José Eduardo Barreto Conceição- con su irrefrenable naturaleza asesina, y el carismático Bené, su amigo y cómplice desde los 11 años, con todo y su malogrado intento por enderezar su camino.

Ahora Ciudad de Dios ya no solo habla de las distintas formas iniciáticas que se suceden una tras otra en los barrios marginales, también señala las implicaciones de los grupos de autodefensa, la militarización y sobre todo el engranaje político que en la obra original apenas se tocaban, ante los endebles intentos de los centros comunitarios y educativos que terminan por someterse al orden establecido por los narcotraficantes, con tal de obtener algunos espacios y ofrecer un endeble subterfugio a los jóvenes.

Todo guiado por la voz y la mirada de su protagonista, papel que una vez más corre a cargo del actor Alexandre Rodrigues -Prohibido prohibir (2006)-, quien por primera vez se cuestiona no solo el haberse valido de comercializar la muerte y el alarmismo para sobrevivir a un entorno hostil, sino el mantenerse en ello acumulando para los diarios visiones impresas de cadáveres que se amontonan en las calles, sin que hiciera el intento de cambiar el enfoque de su mensaje para provocar una mínima diferencia, siempre justificándose con que es lo que le permite dar sustento a su hija y su madre ¿Pero acaso eso no es un mero pretexto? ¿Quizás es solo que le falta algo de valor? Porque lo que es innegable es que como él mismo dice “Logró salir de Ciudad de Dios, pero Ciudad de Dios nunca salió de él.” La serie estrena un nuevo episodio cada domingo en la plataforma MAX.

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