Barbies que no eran Barbies, las muñecas baratas que nos hicieron soñar con ser lo que quisiéramos y se vendían en el tianguis
- Por Redacción
Los lunes y los sábados eran mágicos en el municipio de Jaltenco, en el Estado de México. Angélica, saliendo de la escuela, acompañaba a sus papás a comprar lo que se necesitaría para la comida de la semana: fruta, carne, verdura, chiles secos, tortillas, Barbies que no eran Barbies... Espera... ¿Qué? ¡Así es! ¡Eran tan imprescindibles en la vida de una niña de los 80 y 90 que se incluían en la lista del super! Bueno, al menos en la de Angélica sí se incluía.
Estas muñecas tenían una particularidad: eran Barbies que no eran Barbies. Quizá a ti te tocó alguna de ellas. Unas tenían el nombre de Bárbara y otras se vendían así, sin su cajita, sin ropa o con un atuendo escueto. Si la veías y te enamorabas, comenzaba una relación eterna con tu muñeca. Las dos podían hacer lo que soñaran. Ella, como Barbie, te hacía también soñar y pensar que podías ser lo que tú quisieras.
Aunque no fueran Barbies, cumplían su cometido: acompañarnos a soñar que podíamos conseguirlo todo. En el tianguis en donde se compraban, también vendían múltiples de atuendos que nos servían para que un día, nuestra muñeca decidiera ser abogada, al otro día ama de casa, en una semana hasta jefa de bomberos y un mes más tarde, periodista.
Si teníamos hermanos o también nos gustaban los muñecos (tipo Max Steel o hasta luchadores estáticos con posición lista para la foto antes de lanzarse de la tercera cuerda), imaginábamos que eran nuestros novios o nuestros choferes o nuestros hermanos y creábamos historias con ellas.
Desde el puesto comenzábamos a desarrollar una historia: comenzábamos con la ropa que en muchos de los casos venía en bolsitas de plástico transparente; nos seguíamos quizá con aretitos; pasábamos a las bolsas, los zapatitos... ¡Hasta había medias! Incluso, también vendían soportes que ayudaban a que las muñecas permanecieran de pie.
Sin duda, esas muñecas, al igual que Barbie, nos acompañaron a ilusionarnos, a crear historias que nos tuvieran como protagonistas, que nos empoderaran, que nos hicieran sentir que podíamos. No nos proyectábamos en un físico, pero sí en una actitud, una actitud que nos acompañará hasta el final de nuestros días.
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